Me niego a leer, u ojear si quiera, los más de noventa folios, aún en inglés, de que consta el sumario sobre el ‘Caso Contador’. Tan solo me basta conocer el dictamen del Tribunal de Arbitraje Deportivo. Le aplicaron el máximo castigo. Dos años de sanción deportiva, y puede que económica (2,4 millones de euros), para saciar así el propósito de venganza que asestan la Unión Ciclista Internacional y la Agencia Mundial Antidopaje al teórico más acreditado rival de los hermanos Schleck (Frank y Andy) para alzarse con el triunfo final en el Tour de France de 2012, Alberto Contador.
Por ahora, Andy Schleck, segundo clasificado en la edición de la gran carrera gala que ganó Contador en 2010, es ahora el triunfador. Desde Mallorca, el luxemburgués se muestra afligido por el modo en que se le nombra campeón del Tour de France de 2010.
Él hubiera querido ganador sobre el asfalto, y no en los tribunales. No es que no me parezca sincero el pequeño de los Schleck, pero es de los que dejó caer alguna que otra insinuación sobre la falta de transparencia de Contador. Yo lo achaco a la estrecha rivalidad entre ellos; forma parte del espectáculo. Lo que si me ha dejado desconcertado es la alegría con que el director del Tour de France, Christian Prudhone, manifiesta conocer la noticia. Dice el galo que se había echo de rogar el fallo del TAS. Pues no debiera estar tan contento cuando su carrera vuelve a verse salpicada por el dopaje. Claro que, tampoco podemos hablar de dopaje en toda regla en el caso de Contador.
El Tribunal de Arbitraje Deportivo admite que no encuentra prueba demostrable de que Contador recurriera al dopaje, digamos que de una manera consciente. Haber hallado 50 picogramos de clembuterol en una muestra de sangre extraída a Alberto Contador durante el Tour de France de 2010 deja tras de sí la incógnita de que pudiera haber servido de enmascarador de otra sustancia, teóricamente también prohibida, con que, supuestamente, el madrileño, entonces el Astana, trataría de ocultar una teórica autotransfusión de sangre o el consumo del clembuterol (en una mayor cantidad que la detectada) con la intención de rebajar su peso o de fortalecer su musculatura. Pues nada de éstas suposiciones ha sido demostrada. E incluso se habló de casi inapreciables restos de plástico derivados de una bolsa de utilidad sanitaria.
Toda una serie de suposiciones que la defensa de Contador trató de atajar con la teoría no menos válida de que la carne de ternera consumida durante una de las jornadas de descanso del Tour de France de 2010 estaba contaminada con clembuterol. El caso es que otra de las bases argumentales se apoya, precisamente, en que no se volvió a hallar esa sustancia en posteriores extracciones inmediatas. De la misma manera que se demostraba que existían sospechas que prestaban sostenibilidad al argumento de la contaminación, pues aún bajo férreos controles ganaderos y sanitarios, pudiera encontrarse trazas de clembuterol (para el engorde de ganado) en la carne, y ésta, al ser ingerida, contaminara a Alberto Contador, y ésta fuera –supuestamente- encontrada (tras un minucioso y capcioso análisis) con la lógica ínfima en la muestra extraída y analizada.
El caso es que, el ciclismo español sufre el segundo atropello en menos de dos años a cargo de la Unión Ciclista Internacional. Esa misma que se erige en abanderada de la lucha contra el dopaje, y cuyo único mérito estriba en que sus arcas rebosan de dinero procedente de las ayudas para la lucha contra el dopaje, del coste que a los equipos les genera la tenencia del ‘pasaporte biológico’ y el dineral recaudado a través de las sanciones económicas impuestas. Solo el enriquecimiento personal, y no el bien deportivo, es lo que mueve a sus dirigentes a enorgullecerse de pagar un caro peaje por decidir atajar ferozmente el uso de sustancias dopantes. Si la finalidad de esto último fuera cierta, les aplaudiría, pero aunque es verdad que se trata de un deporte mucho más limpio que antes y que otros deportes, la intencionalidad real es enriquecerse. Puede que el ciclismo sea ahora más creíble, que lo es, y de eso nos contentamos todos, pero también es cierto que ese carísimo coste debiera trasladarse a todos los demás deportes.
Ya los hay, tales como el atletismo, pero otros siguen campando a sus anchas. Me parece inadmisible que la Federación Internacional de Baloncesto sepa lo que sucede en la NBA, y decida mirar hacia otro lado porque esa competición no esté adherida. Sin lugar a dudas que este escabroso asunto es harina de otro costal, y que las comparaciones son odiosas y no vienen ahora al cuento, pero sí coincidirán conmigo en que es oportuno este pataleo, si no, … ¿hasta cuándo lo dejamos aparcado?…