“¿Cuál es tu opinión sobre lo sucedido ayer?…”. A esta pregunta respondí unas decenas de veces. Jamás pude imagina que a gente de tan variopinta le interesara el agitado debate que generaron las declaraciones que vertía Alejandro Valverde al cruzar tercero la meta del Mundial de Limburgo de fondo en ruta. En plena siesta dominical, imaginé que los índices de audiencia no serían tan significativos como los que registró su retransmisión en directo por Teledeporte y TVE HD. Es decir, la prueba reina del Mundial de ciclismo fue del interés de un gigantesco abanico de televidentes.
Apenas unos minutos después de celebrar la presencia en el podio del murciano Alejandro Valverde, al que observé con un semblante serio, que en poco se correspondía con la consecución de su cuarta medalla mundialista, la de bronce, recibo el enlace de una grabación de sonido. Se correspondía con las declaraciones efectuadas por Valverde a Onda Cero. En pocos segundos, el murciano expresa con notable tono de enfado y crispación lamentarse de no haber podido disputar al actual campeón mundial, Philippe Gilbert la medalla de oro en la ascensión final al Cauberg.
Situémonos. Alberto Contador, Joan Antoni Flecha y Samuel Sánchez participan activamente en la labor de aproximación al inicio de la ascensión final al Cauberg. Ellos cumplieron con su cometido, imaginamos que al dictamen de las órdenes dictadas por José Luís De Santos, o bien, siguiendo las directrices marcadas por la situación de carrera. Había que rodar muy rápido para evitar así que hubiera sobresaltos no deseados. Y así sucedió. Nadie se atrevió a retar al grupo de favoritos. Puede que hubieran algunos intentos de ruptura, pero meramente anecdóticos. No fructificaron. De modo que, en la transición por las calles que llevan al pelotón principal a los pies del Cauberg, la Selección italiana copa las posiciones más adelantadas, con los belgas en la retaguardia. Este posicionamiento táctico responde al interés por afrontar los primeros metros de ascensión al Cauberg en primera línea de fuego. De eso se trataba. Era donde y cuando había que estar, delante, lo más delante posible ya en ese giro a izquierda de casi 180 grados que te sitúa ya cuesta arriba.
La Selección italiana tira muy fuerte; tanto que, cincela una forma de punta de flecha. Los belgas, con Gilbert y Boonen no pierden comba. Éste último distrae la atención de quienes creen que puede ser la apuesta real a caballo ganador del seleccionador belga. Pero no fue así; era Gilbert. No hubo lugar a debate. Sí, o sí. De modo que, cuando Nibali tocó el tope de su cuenta revoluciones, Gilbert le pasó por encima lanzado por sus lugartenientes. Partió hacia la cumbre como una exhalación. Dejo boquiabiertos a propios y extraños. Debía hacerlo así, de manera brusca y determinante. Solo así, con explosividad, podría alejar a sus rivales. Lo demás consistía en aguantar ese desenfreno, que su turbo no petara.
Preocupaba no ver entre los de delante a Alejandro Valverde. Su posición retrasada apenas dejaba verle al menos entre las primeras veinte unidades al menos. Al parecer, Alejandro Valverde andaba en busca y espera de Oscar Freire, a cuyo recaudo se supone que debía estar el murciano ante la previsión del seleccionador nacional de que se resolvería al esprint. Solo así se entiende el enfado de Valverde cuando se lamenta del tiempo y las posiciones perdidas pendiente de Freire. Y el caso es que sí llegamos a ver a Freire a rueda de Boonen durante el primer tramo de ascensión. Mientras tanto, Valverde andaba haciendo zig-zag de un lado a otro, tratando de recuperar posiciones.
Claro que, como el murciano dijo, ya era demasiado tarde. Gilbert ya había escapado en solitario. Para haberle podido rebatir a Gilbert, Valverde debía de haberse situado desde el principio de la ascensión a rueda de Gilbert, no pendiente de Freire. De echo, nada se habla de Joaquim Rodríguez, que, en ese caso, también debiera estar al recaudo de Freire, si esa era la apuesta en firme. Pero si es que era errónea. No existía una total certeza de que abocase al esprint. Es más; aún en ese caso, Valverde seguía siendo la apuesta más segura. De hecho, ya existía el antecedente de que Freire fue cazado sin que llegara a coronar con éxito el Cauberg.
La estrategia más certera, a tenor de lo acontecido es que, tanto Valverde como Freire y Rodríguez debían haber jugado sus propias cartas. Los tres debían haberse situado desde antes de afrontar la ascensión entre las primeras posiciones, muy atentos a los posibles movimientos. Cada cual debía de haber jugado sus cartas, sin estar pendientes los unos de los otros. De haber sido así, Valverde podía haber tenido una opción más próxima y directa de tratar de responder al ataque de Gilbert. En todo caso, la táctica no fue la acertada.