Semana Grande de Cajamurcia
La montañera Edurne Pasaban hace un repaso a su incipiente aunque exitosa trayectoria ante un aforo completo del Centro Social Universitario en el Campus de Espinardo.
Antonio J. Salmerón
En 2008, con un ambicioso proyecto sobre la mesa para completar las catorce cumbres superiores a ocho mil metros del globo terráqueo, Edurme Pasaban da un salto extraordinario de calidad en su andadura como montañera. “Hasta entonces había culminado con éxito nueve cimas, pero faltaban, quizás, las más complicadas, como es el caso del Kangchenjunga, cuyo vértice roza los 8600 metros, y es que rebasar los ocho mil, por poco más que sea, cuesta e impone muchísimo”.
En el marco de la Semana Grande Cajamurcia, la Universidad de Murcia acogía anoche la charla coloquio que ofreció la montañera vasca, que fue presentada a un variopinto y rebosante auditorio del Centro Social por Miguel Ángel García Gallego, coordinador de la actividad, Ángel Campos, director del Centro Cultural Las Claras Cajamurcia, y otros representantes de la Universidad de Murcia. La expectación por conocer en voz de la propia protagonista in situ las aventuras y desventuras acontecidas durante las expediciones de alta montaña que popularizan a Edurne Pasaban se mascaba en el ambiente.
“Digamos que empiezo a ser popular desde que en 2004, Sebastián Álvaro, director del programa Al Filo de lo Imposible de TVE me propone acompañarles en la expedición al K-2. Hasta entonces había completado seis ascensiones por encima de los ocho mil metros. Digo esto porque para que se cuente contigo debes tener un currículo significativo”. Pasaban aceptó el reto, no sin antes haberlo meditado en profundidad, pero con lo que no contaba la de Tolosa, una vez que habían logrado alcanzar la cumbre, es que el regreso al campo base iba a marcar el devenir de su vida como montañera profesional. “Se complicó, y mucho, hasta el punto que Juanito Oiarzabal y yo sufrimos severas congelaciones. Yo me quedé perdida, y gracias a que él vino en mi ayuda, pero luego pasamos un tiempo en el hospital, y eso pasó cara factura, porque a mi me costó dos dedos, y a Juanito, como bien sabéis, otros tantos”.
Aquel suceso le dejó honda mella. En 2005 escaló el Nanga Parbat, pero hasta la expedición al Broad Peak pasó un tiempo de reflexión. “Entré en el túnel de la depresión. Podéis observar en mi vida como montañera que pasé algún tiempo largo en blanco. Me tuve que replantear seriamente mi continuidad. Ni la mejor medicación ni los mejores psicólogos, nada como el apoyo de la familia y los amigos. Miré dentro de mí, y encontré que lo que me gusta de verdad es esto”.
Su familia se dedica a la industria del papel, y Edurne Pasaban cursó estudios de Ingeniería Técnica Mecánica. Se dedicó profesionalmente a ello durante un tiempo en la empresa familiar, y el dinero que conseguía lo dedicaba a sus expediciones. “Llegó un momento en que mi padre me puso en la tesitura de elegir entre el trabajo que entonces desempeñaba y la montaña, y obviamente, me decanté por este último, asumiendo todo lo que trae consigo, porque vivir del montañismo no lo he conseguido hasta hace tres años. Entonces, dije de acondicionar una casa de montaña de la familia y transformarla en un restaurante y hostal. Me dediqué enteramente durante cinco años. Claro que, ahí estaban amigas mías con sus familias y con sus respectivas parejas, pero yo me dije que, cada cual me quiera como soy”.
Se inicia en la práctica de la escalada junto a unas amigas en una actividad tutelada por un club de montañismo de su localidad. “Me inicié con la escalada porque nos gustaba el monitor. Ninguna de ellas continúo con la actividad, excepto yo; claro que porque el monitor no quiso nada con nosotras. Después viajé con mis padres al Pirineo. A mi padre le gustaba la escalada, pero sin dedicarse a ello. Yo recuerdo que con 14 o 15 años le decía a mi madre que me dejara ir con él cuando nos dejaba en el camping. Más adelante tuve la suerte de topar con gente mayor que yo que me posibilitó poder viajar y aprender muchísimo”.
Su última cumbre ha sido el Shisha Pangma (oficialmente Xixabangma), también conocido como Gosaithan, con sus 8.027 metros. Es la menor de las catorce cumbres que superan los ocho mil metros. Su nombre en tibetano significa ‘cresta sobre la planicie de hierba’, y Gosaithan en hindú, ‘el trono de los dioses’.