Antonio J. Salmerón
El domingo día quince de mayo Cieza rinde tributo a uno de sus hijos ilustres, Mariano Rojas Gil. El añorado ciclista del mítico ONCE perdió la vida un mes de junio de 1996, cuando se dirigía en su coche al aeropuerto de Alicante para coger un avión que le llevaría a los Campeonatos de España en Sabiñánigo (Huesca).
El ciclismo español perdía en muy poco tiempo a un nutrido ramillete de prometedores jóvenes como fue Antonio Martín Velasco. El madrileño también entregaba la vida sobre el asfalto cuando un coche que no respetó la distancia de seguridad reglamentaria le golpeó en la nuca con resultado fatal. También recordamos a otros como Espinosa, Sanroma.
Tristes episodios que forman parte de la historia de nuestro esforzado deporte del pedal como también son los éxitos e hitos que amenizan los últimos tiempos. Pero, para quienes le conocimos, Mariano Rojas era ese ciclista llamado a ser, como otros también lo fueron, a ser el predecesor de un Miguel Indurain que colgaba la bicicleta un año más tarde a los pies de los Lagos de Covadonga en la Vuelta a España. Y miren que las comparaciones son odiosas, como sufrió en sus carnes Abraham Olano. El guipuzcoano cargó con la ‘cruz’ de la ausencia del navarro del Banesto, cuando muchos se empeñaron en ver e él a Miguel Indurain por su perfil polivalente y su extraordinario dominio de las agujas de reloj.
Sin embargo, éramos más quienes veíamos en Mariano Rojas a ese ciclista capaz de poder emular en un futuro incluso cercano las proezas de Miguel Indurain. El de Cieza tenía todavía un margen de progresión tan amplio que avalaba esas predicciones. Había obtenido excelentes resultados durante su corta militancia en la categoría entonces denominada amateur, ahora sub-23.
En solo un par de temporadas logró cautivar a propios y extraños cuando en categorías inferiores había pasado mucho más desapercibido. Por entonces le recuerdo siempre sobre su bicicleta. Solíamos coincidir en el taller de venta y reparación ya desaparecido que regentaba otro ex ciclista profesional ciezano en los años ’50 y ’60, Ángel Guardiola. Por allí se dejaba ver el ídolo local Ignacio García Camacho, que subió a lo más alto del podio de los nacionales en ruta en Vigo de 1993, con el Kelme y bajo las órdenes de Álvaro Pino. Por entonces pedaleaba sobre un monoscasco de carbono de color amarillo de la firma gala Corima.
Rojas militó a las órdenes de Paco Moya en el memorable Gres de Nules, en el que después recaló mi gran amigo Juan Antonio Molina. Él me procuró un acercamiento más próxima a un chaval delgado, de talla alta, muy tímido, apacible. Su portentoso pedaleo sobre la bicicleta estaba tan trabajado que apenas movía el cuerpo sobre la Look que por entonces llevaban los ‘amarillos’ de la ONCE. Desde que las calas de sus botas SIDI quedaban sujetas a los pedales era como enfrentarse a un continuo test de esfuerzo para quienes tratábamos de fortalecer nuestro Ego pedaleando a su rueda. Sobre todo cuando quien les escribe aprovechaba esas salidas con él para afinar el ‘motor’ de cara a mis participaciones en carreras de bicicleta de montaña. El hecho de que mantuviera un ritmo tan avivado desde salida casaba con el modo en que se desarrollan las carreras de bicicleta de montaña. Pero, a diferencia que ahora, en aquellos tiempos no existía la moda de entrenamientos compartidos con aficionados. Tanto a Rojas como a García Camacho, por ejemplo, les recuerdo entrenando solos, en la mayoría de ocasiones, si bien puede que compartieran tramos de ruta iguales en sus salidas diarias. De modo que, solo unas pocas veces, pero memorables, compartí unos kilómetros sobre el asfalto con el añorado Mariano.
También recuerdo cuando en la pretemporada invernal le acompañábamos a andar a pie por la zona montañosa de los alrededores del casco urbano de Cieza, sobre todo a La Atalaya y la Sierra del Oro. Tampoco crean que dejaba a un lado ese mismo ritmo avivado de sus entrenamientos sobre la bicicleta, pues caminaba a modo de marcha atlética, incluso con carrera. Eran salidas que superaban incluso las dos horas. Aquella época en las filas del ONCE compartía idolatría local con el atleta Fernando Vázquez, además del citado García Camacho.
Mariano Rojas se descubrió al mundo entero tras su extraordinaria actuación en el Tour de France de 1995, cuando llegó incluso a liderar la clasificación provisional de Mejor Joven. Una fractura de clavícula a causa de una caída en el descenso de Tourmalet le apartó de ese escenario de los sueños al que prometió volver. Llegó a figurar entre los diez mejores clasificados del Tour, y esa jornada en que cayó iba junto a Miguel Indurain en el grupo de elegidos en cabeza de carrera. Fue entonces cuando propios y extraños vieron en ese espigado chico de tan solo 21 años con pelo rubio y ojos azules a ese gran ciclista en ciernes que apuntaba ser. Era el participante más joven de aquella edición de la ronda gala.
Ese año 1995 se le concedió el premio al Mejor Deportista de la Región de Murcia. A título póstumo recibió la Real Orden al Mérito Deportivo y la Medalla de Oro de la Región de Murcia. El Ayuntamiento de Murcia tuvo a bien dedicarle una avenida de la capital, a cuyo acto protocolario vino el memorable Laurent Jalabert. Cehegín y Bullas, al margen de su localidad natal de Cieza, lucen calles a su nombre. En Cieza se rebautizó con su nombre y apellidos al polideportivo municipal. En su memoria también perdura una clásica ciclística de categorías Sub-23 y Elite, desde unos años con salida y meta en Cieza, y que organiza la AD Algezares.
Su precipitado adiós asoló al mundo de la bicicleta, y a su pueblo, Cieza, que le acompañó masivamente. El locutor de radio José María García, entonces en la COPE, dedicó un programa nocturno especial desde el Ayuntamiento de Cieza. Grandes personalidades del deporte español se desplazaron hasta Cieza. Había que decir el último adiós a otro mito en ciernes, al que hoy se le sigue teniendo muy presente como si continuara entre nosotros, sobre todo ahora que su hermano, José Joaquín da viva muestra que ‘de casta le viene al galgo’.
Al extraordinario ciclista se le encuentra, no se le busca. En este sentido,
Mariano Rojas era aquel chaval que como tantos otros de sus edad, y propiciado por un entorno favorable, el de la abundante práctica del ciclismo en Cieza, se une a la Peña Ciclista Ángel Guardiola de la localidad. Su bendita tozudez le lleva a ir incrementando la consecución de resultados a destacar, sobre todo, en su segundo año como Sub-23. Apenas estuvo otras dos temporadas y media en el pelotón profesional a las órdenes de Manolo Sáiz.
En 1994 fue tercero en la cuarta etapa de la Challengue de Mallorca e igual resultado en la Vuelta a Murcia. Acabó en el puesto 25 en el Campeonato de España. Pero en 1995 daba un significativo salto de calidad al acabar segundo en el Tour del Porvenir, después de registrar el segundo menor tiempo en la decimoprimera etapa cronometrada. Fue segundo en la quinta y última etapa de la Vuelta a Andalucía, cuando escapó en solitario junto al ganador ya en las calles de Granada. También fue significativo su cuarto puesto en la desaparecida Midi Libre, previa al Tour de France. Octavo en la general final de la Vuelta a Asturias y noveno en La Rioja daba a entender que en la montaña también se desenvolvía a placer. Ya en 1996, iniciaba la temporada con su quinto puesto en Mallorca. En la Vuelta a Valencia subió al tercer cajón del podio, y acabó el decimosegundo en la Paris-Nice. Este somero repaso a su palmarés habla por si solo. Pero la vida sigue su curso, y el inexorable paso del tiempo le hace permanecer imborrable y muy presente todavía.