A buena hora vino a reaparecer en escena Roman Kreuziger, del que añorábamos sus exhibiciones al estilo Peter Sagan. El día y lugar lo tenían marcado en rojo muchos otros de los grandes del pelotón. Ganar en la Amstel Gold Race es del gusto de muchos. Pero solo unos pocos alcanzar a saborear el éxito. La ‘carrera de la cerveza’ inaugura la semana de pasión y gloria en el planeta ciclístico. Todo un año soñando con la Amstel, la Lieja y la Flecha. El tríptico de las Ardenas.
Valverde no había ganado más allá del Cauberg nunca. Estuvo muy cerca. Tan cerca como pisar el tercer cajón del último mundial de fondo en ruta. Cuando caprichos del orden protocolario quiso que quien lo sometió al castigo durante un año y medio interminable, Patt McQuaid, colgara de su cuello la medalla de bronce. Entonces, como hoy, al murciano de Las Lumbreras se le adelantaron. Hoy, igual. A Kreuziger no hubo manera de echarle el guante. Había que conformarse con ser segundo. Que no está nada mal. Pero, antes, había que enfrentarse a toros bravíos de la casta de Gilbert y Gerrans. El belga estaba obligado a atacar. Y Gerrans, tan atento como Valverde, a salir al quite.
“El final ha sido muy parecido al Mundial porque Gilbert ha arrancado con la misma potencia y ahí es donde se ha hecho la diferencia. Esta vez sí que he podido aguantarle y ganarle al final. Lástima que Kreuziger iba por delante, pero ha hecho un gran trabajo y se ha merecido la victoria”, resume lo acontecido Alejandro Valverde.
Tercero en la edición de 2008, Alejandro Valverde comparecía a esta ineludible cita de la Amstel Gold Race con el reto de conquistar la única de las tres grandes clásicas de las Ardenas que todavía no figuraba en su palmarés. Ya antes conoció el triunfo en la Lieja y en la Flecha, ambas el mismo año. Solo Kreuziger (TST) fue capaz de abrir brecha, y de mantenerse estoicamente por delante. No hay nada que reprocharle. Lo mereció. Los 34 muros y los 251 kilómetros entre Maastricht y Valkenburg, con los cuatro pasos por el Cauberg como jueces de la carrera, nos deparó un desenlace vibrante, antológico. El trabajo del Movistar durante los ochenta kilómetros finales, con Lastras y Erviti, valió para acortar distancias con la primera fuga del día, y preparó el ritmo necesario para que Valverde respondiese entre los más fuertes.
“Yo me voy muy contento por hacer segundo. No estoy decepcionado porque hemos estado delante y con buenas sensaciones. Noto que ahora tengo más fondo y que llego más fresco al final. Está claro que esto me da confianza para las dos clásicas que quedan. Más que Flecha, que me la tomaré con más calma, la Lieja es la que mejor se me adapta y hoy hemos visto que estoy bien de forma. Espero que haya suerte y que podamos pelear por ese gran objetivo”, valora Valverde.
Una escapada de siete hombres en el último bucle -con los pasos por Geulhemmerberg y Bemelerberg antes de subir por última vez el Cauberg- sirvió como lanzamiento para Kreuziger, quien llegaba al pie de la ascensión final -con la cima a menos de 2 km de la línea de meta- con una veintena de segundos que acabaron siendo inalcanzables para los favoritos. Valverde, apoyado hasta la última ascensión por Visconti y Amador -envuelto, junto a Costa, en sendas caídas sin consecuencias, pero que condicionaron sus opciones-, respondió con agilidad al movimiento de Gilbert (BMC) y Gerrans (OGE) y, una vez alcanzado el trío de hombres fuertes por el grupo de favoritos, resolvió en el sprint por una segunda plaza que le devuelve al podio en Limburgo -siete meses después del bronce en el Mundial- y le llena de moral de cara a la Flecha Valona (miércoles) y a la Lieja-Bastoña-Lieja (domingo), donde ya sabe lo que es alzar los brazos.