Miércoles. Aeropuerto de Stansted. Todavía no hay voluntarios del Comité Olímpico. Varios carteles publicitaros te sitúan en el contexto olímpico. El autobús que nos lleva a la estación Victoria, emplea más tiempo del que acostumbra. A la altura del Estadio y Villa Olímpica, encuentra el volumen de tráfico más denso. A partir de ahí, y a medida que se adentra en el centro de Londres, el flujo de vehículos es más fluido. Tan solo el transporte público y vehículos autorizados transitan. El cielo está despejado, y la temperatura es agradable. Pocos días antes el panorama era muy distinto. Hasta unos días tuvimos un tiempo que no se corresponde en absoluto con el veraniego, nos aseguran.
Nos alojamos en las proximidades de la plaza de Picadilly Circus. En una ciudad tan turística como Londres no sorprende ver tantísima gente deambulando por sus calles. Pero, a medida que pasan las horas, y se aproxima el momento mágico de la gala inaugural de estos Juegos Olímpicos de Londres 2012, la capital británica se tiñe del colorido de la vestimenta de las selecciones nacionales participantes. Casi todos los comercios venden decenas de motivos conmemorativos de la cita deportiva.
Al día siguiente, visitamos el entorno del Estadio y de la Villa Olímpica. Un gran centro comercial convive con la infraestructura deportiva. Ahí es donde comienzo a tratar de asimilar la vertiente comercial de unos Juegos Olímpicos. E incluso, con el paso de los días, surge el replanteamiento sobre qué son unos Juegos Olímpicos. Ahora lo tengo muy claro: es un negocio de grandes dimensiones envuelto en un halo deportivo. Ahora entiendo por qué la candidatura olímpica de Madrid no se da por vencida.
A buen seguro que las prestigiosas firmas comerciales que se dan cita entorno al Estadio y Villa Olímpica depositaron astronómicas cifras económicas por estar ahí y ahora presentes. Cuantioso público que se queda sin poder asistir si quiera a cualquiera de los espectáculos deportivos porque la Organización da por vendida la totalidad de las localidades, que, además, solo se ofertan y contratan por Internet. Pasear por alrededor de l complejo deportivo olímpico cuestan unos veinte euros. La libra esterlina cotiza algo más de quince céntimos por encima del euro. Esto encarece cualquier operación comercial por mínima que sea. Bosco, la firma italo-rusa de ropa deportiva que viste a los olímpicos españoles, cotiza al alza. Al margen del discutido diseño, la vestimenta no presenta índices de calidad de materiales y de acabado que justifiquen tan alto coste de compra.
Por toda la ciudad, y sobre todo, por el centro, transitan centenas de coches oficiales que conducen a miles de autoridades de todo rango y condición, desde sus céntricos hoteles hasta el complejo olímpico. Por las aceras caminan los cientos de miles de público que han de contentarse con lucir diversos motivos olímpicos que han adquirido a un coste superior al habitual, porque los accesos a los eventos deportivos que acontecen fuera del complejo olímpico de Strafford están limitados a personal acreditado. Así sucede cuando llegamos a la majestuosa avenida que une Trafalgar Square con Buckimhang Palace, donde se ubica la salida y meta de la primera gran cita deportiva de estos Juegos Olímpicos de Londres, la prueba ciclista masculina de ruta. Tres de los cinco españoles participantes son murcianos. Ese era el principal motivo de mi presencia ahí. Tres amigos y paisanos a los que apreciamos todos. Los tres figuran en la terna de candidatos al medallero.
El acceso al público en abierto se localiza a partir del cartel de trescientos cincuenta metros de meta, que coincide con la entrada al palacio. Hasta ahí, hay que atravesar por varios controles de seguridad. El público protesta porque además de este limitado acceso, la mayor parte de circuito transcurre por las afueras de Londres. Las autoridades argumentan que de esta manera evitan colapsar esta enorme ciudad.
Los cinco españoles encabeza el pelotón olímpico durante estos compases iniciales protocolarios. La Selección española figura entre los favoritos por los méritos que le otorga la defensa del titulo olímpico cosechado por Samuel Sánchez en Pekín. Pero aquí, el circuito apenas presenta dificultades orográficas que puedan evitar un teórico final al esprint como vaticinan casi toda la prensa. Los británicos están tan convencidos de la superioridad de la superioridad de sus representantes, con Mark Cavendish al frente, que así lo manifiestan por toda la ciudad en sus vallas publicitarias.
El paso de los kilómetros iban a hacer mella en las previsiones de una selección británica a la que le toca trabajar al destajo antes de lo esperado. Un grupo de casi una quincena les sitúa en alerta. Ellos trabajan, pero poco más nadie. El peso de la labor de control recae en ellos. El español Jonatan Castroviejo se había colado en ese grupo de fugados. La subida de apenas un par de kilómetros al seis por ciento pasa factura. Y rebasado el ecuador del recorrido de 250 kilómetros, se cuelan en el grupo de delante Alejandro Valverde y Luís León Sánchez. Con ellos permanece Castroviejo, que trabaja para que Gran Bretaña no pudiera reducir más allá de los 50 segundos la diferencia respecto al pelotón. Pero llegados al extrarradio de Londres, a menos de diez kilómetros a meta, saltan Rigoberto Urán y Alexander Vinokourov. Nadie les volvería a ver hasta haber cruzado el arco de meta. El kazako se impondría al sudamericano. Ni Castroviejo, ni Valverde, ni Luís León entraron en la puja por la medalla de bronce. No habían fuerzas.