Suelo leer la sección de deportes del Diario Vasco. La pluma especializada en ciclismo es el legendario Benito Urraburu, al que conozco, y del que guardo significativo recuerdo de nuestra convivencia informativa durante el Tour de France de 2008, cuando, en un alarde de extraordinaria clase, Alejandro Valverde resurgió de sus cenizas, tras un inicio arrollador, vestido de amarillo, y acabó noveno.
En la cima del Alp d’Huez, donde pasé la noche anterior, el bullicio del público era espectacular, muy digno de uno de los santuarios del ciclismo y de la carrera cumbre de la temporada. Sastre, por entonces compañero de filas de los Schleck atacó casi desde abajo, y logró concluir en solitario la revirada ascensión. Valverde, al igual que Samuel Sánchez, se soldaron al grupo perseguidor, comandado por los Schleck, y padecieron sobremanera, hasta coronar y garantizarse un hueco entre los diez mejores en Paris. Era la última llegada en alto, y digamos que también la resolutoria de cara al concurso por el triunfo en la carrera gala.
Por entonces, en aquel 2008, Alejandro Valverde llegaba al Tour de France pletórico, después de un recorrido triunfal por las clásicas de primavera y las carreras de referencia. En la Amstel Gold Race, Valverde se imponía a Damiano Cunego y Frank Schleck. Sin embargo el decisivo Muro de Huy en la meta de la Flecha-Valona se le atragantó, y acabó en el puesto 21. Pocos días después, volvía a ganar en la Lieja-Bastoña-Lieja, ésta vez por delante de Davide Rebellin y, otra vez, Frank Schleck. Acabar triunfador en la Dauphiné Libèré fue el colofón a su puesta a punto para el asalto al Tour de France con dos triunfos parciales. Dominó a placer frente a su máximo oponente, por entonces, Cadel Evans, el vigente vencedor del Tour de France. Para colmo se vestía de ‘rojigualda’ en el campeonato de España en ruta. Espectacular e hipermotivador.
El de Las Lumbreras vistió Dos días de amarillo en la primera semana del Tour de France. Ganó la primera etapa, y esa hazaña sirvió para infundir mucho respeto a sus rivales. Al de Las Lumbreras correspondió la victoria de Ricardo Riccó en la llegada en alto a Super Besse, por descalificación del italiano. Al día siguiente, en Aurillac ganó Luís León Sánchez, por entonces compañero de filas de Valverde en el extinto Caisse d’Epargne. Pero todo lo bien que se le vio un mes antes en la montaña de la Dauphiné Libèré cambió por completo. Encontró en Oscar Pereiro un gran apoyo, pero el gallego se despeñó en un descenso, y adiós. A la cima de la estación invernal de Hautacam, Valverde llegó desolado, abatido. Había enterrado gran parte de sus opciones a subirse al podio parisino. Se encerró en el coche del equipo nada más bajarse de la bicicleta.
Aún así, Valverde supo rehacerse. Nunca dio el brazo a torcer. Poco a poco fue rascando fuerzas de donde no había, y recuperando parte del terreno perdido. Cuando los primeros espadas arrancaban fuerte, el de Las Lumbreras se cogía con fuerza al manillar de su bicicleta, y a sufrir. El trabajo de sus compañeros a favor de Valverde fue significativo. Los últimos gramos de energía los exprimió en las retorcidas rampas de ascensión al Alp d’Huez, donde Sastre se erigió en ganador de aquel Tour de France, con unos Schleck que se daban a conocer al público en general, y en el que Evans transmitía una imagen de ‘chuparuedas’ de la que logró desprenderse durante el último Tour de France. El australiano, máximo oponente de Valverde en la Dauphiné Libèré, se aferraba a la rueda de sus oponentes para mantenerse entre los puestos delanteros. La diferencia entre Evans y Valverde eran los metros que les separaban cuando la carretera se tornaba sinuosa y ascendente, cuando el ritmo se aceleraba. Fue entonces cuando nos preguntábamos qué le sucedía a Valverde. Las dudas sobre su óptimo rendimiento en carreras de gran fondo resurgían. Parece como si Valverde no casara con el estereotipo de ganador del Tour de France. Se analizaban minuciosamente sus pasos previos, sus triunfos, hasta topar con la alta montaña alpina. Pero, claro está que no hablábamos de un desplome absoluto, sino de un bache mediado el desarrollo de la carrera, y un intento muy batallado por no perder comba, por, al menos, acabar entre los diez mejores, y demostrar así que es capaz de estar ahí.
En 2009, Valverde se ausentó del Tour de France, y ganó la Vuelta a España. Daba así otro motivo de peso para creer en él. Evolucionaba hacia un ciclista de carreras de gran fondo, y trataba de desterrar su encasillamiento como ‘clasicómano’. Sin embargo que Valverde era capaz de ganar en pruebas de cinco a siete días seguía siendo una constante. En 2010 se impuso en el madrugador Tour del Mediterráneo, acabó segundo en la Paris-Nice, brilló en la Vuelta al País Vasco y venció en el Tour de Romandia. Después de año y medio apeado de la competición regresa con su inicio triunfal. Ganó en el Tour Down Under (UCI World Tour), Vuelta a Andalucía y, ahora, en la Paris-Nice. En abril se le espera en las grandes clásicas de las Árdenas, y también en la Dauphiné Libèré. ¿Se repetirá lo sucedido en 2008? No lo sé, y ni él mismo se lo plantea. Quiere vivir cada momento, y nosotros queremos celebrarlo con él. Lo que suceda, o deje de suceder en el Tour de France será otra historia.