Ayer, Prudhomme, dijo algo así como que se iniciaba una nueva era anglo-parlante en el Tour de France. Para el director general de la carrera gala, “Wiggins ganó a lo Indurain y Anquetil”. Parece como si diera a entender que pretende que se establezca una hegemonía británica al estilo del reinado español con Miguel Indurain, omitiendo por completo al americano Lance Armstrong y a Alberto Contador. Puede que éstos no cuenten para el francés.
El hecho de que Andy Schleck no pudiera estar en condiciones físicas adecuadas para participar en el Tour de France, y que Alberto Contador estuviera apartado por empeño de la UCI, unido a la cortina de humo del ‘caso Frank Schleck’, plantea más interrogantes si cabe sobre esta extraordinaria edición de la ronda gala. De echo, haber incluido más de una centena de kilómetros cronometrados era un exagerado giño hacia el Sky de Bradley Wiggins; un consumado especialista sobre la pista que, desde que dejó sus elevados consumos de cerveza, experimentó una metamorfosis puesta en tela de juicio pero que ha acabado por encumbrarle a la cima del podio de Los Campos Elíseos.
En esta edición echamos en falta el Alp D’Huez; una retorcida y espectacular ascensión que dictara sentencia en el Tour de France de 2008 a favor de Carlos Sastre. Si bien es cierto que, la dificultad y el espectáculo no lo impone la carretera, sino los propios ciclistas; esos mismo que en esta edición chocaron contra un infranqueable dúo del Sky: Wiggins y Froome. Cada vez que Nibali trataba de poner trabajar a sus gregarios del Liquigas, resultaba en balde. Ni si quiera el vencedor en 2011, Cadel Evans, y su BMC, pudieron con la escuadra británica. Su teórico potencial presupuestario nos daba viva muestra de que, en el ciclismo de hoy día, cuanto más dinero tienes, más fuerte eres. Resulta chocante explicarle a un desconocido en la materia que puedes tener un equipo World (Pro-)-Tour si dispones de unos cuantos millones de euros, aunque cierto sea también que debas incentivar a tus ciclistas para que cosechen puntos que te permitan mantenerte en la categoría.
Es evidente que, a una federación internacional tan pesetera como la de ciclismo, el voluminoso presupuesto del Sky le seduce, como también a ASO, organizadora del Tour de France. Que Sky pudiera vestir el ‘maillot jaune’ en Los Campos Elíseos podía ser una excelente apuesta de futuro; máxime a puertas de unos Juegos Olímpicos en Londres. Ayer domingo, la prensa escrita clamaba en sus portadas unánimemente a Bradley Wiggins, como cuando ganó Armstrong y en Estados Unidos el ciclismo y el Tour de France disparó su cota de popularidad.
Pero en este ciclismo hay mucha mezquindad. Hoy te doy la mano, te impongo el maillot amarillo y te felicito efusivamente, y mañana, cuando sobre ti se ciña algún nubarrón de sospecha, te negaré hasta siete veces. En este sentido, alguien me preguntaba ayer si se puede confiar en que Wiggins no contribuya a alimentar la negra leyenda del ciclismo. Me quedé pensando, pero tan solo unos segundos; no más de cinco, y le contesté: puedes estar tranquilo. Y añadí: hay casos de corrupción que son descubiertos y juzgados, y otros, no. No es que insinúe que con Wiggins se hacen la vista gorda, sino que me transmite tan poca trasparencia todo lo que sucede ahí arriba, en las borrascosas cumbres estamentales y federativas, que nadie está libre de culpa. Y para muestra tenemos el caso de Valverde. No es lícito que se emita un veredicto de culpabilidad aún admitiendo que no existen pruebas fehacientes.
Tanto Wiggins como Froome, aún con todas las dudas que nos planteen su extraordinario rendimiento en este Tour de France, hemos de admitir que han sido muy superiores al resto. En este sentido se manifestaba con sinceridad Alejandro Valverde, cuando admitió que, al margen de las consecuencias de las caídas en que resultó involucrado, “hubiera sido muy difícil vencerles”. Desde que observamos el modo en que Wiggins y Sky dominó en la Dauphiné Libèré supimos que llegarían a este Tour de France como el aspirante más sólido a batir. En gran medida debido a los innumerables accidentes en carrera, no hubo una escuadra que pudiera ponerles contra las cuerdas. Ni si quiera Liquigas. Y ese factor les generó una dosis extra de potencial.
El Sky se mantuvo inamovible en la cabeza del pelotón de principio a fin. Hubieron capítulos en los que dejaron hacer, porque es muy sufrido estar al pie del cañón día y noche durante tantos kilómetros. Fueron tan afortunados que ni las caídas les mermaron ni la soledad de Cavendish perturbó la armonía del grupo. Les salió un Tour de France bordado, de acuerdo al guión establecido.
Tan solo aderezaron los suspicaces comentarios críticos las discrepancias surgidas en carrera entre Wiggins y Froome. La indomable combatividad de Froome chocaba con el apaciguado Wiggins. Quizás la falta de entendimiento comunicativo en carrera, el echo de que Froome se sintiera con fuerzas suficientes como para, incluso, atreverse con un triunfo parcial, puso la salsa a un Tour de France que algunos aficionados de esos que llamo yo ‘eventuales’ tildaron de aburrido. Y es que, en este Tour de France en que tanto hemos sufrido frente al televisor viendo como los nuestros se iban al suelo un día sí y otro también, como a los Euskaltel les era esquivo el éxito, como Luis León Sánchez tiraba a portería una y otra vez hasta que la coló, como a Alejandro Valverde casi le echa el guante Froome en su agónica llegada triunfal a Peyragudes, permítanme decirles que yo sí disfruté con este Tour de France aunque a los nuestros no les fuera como esperábamos, porque a mí lo que me gusta es el ciclismo.