Por Antonio J. Salmerón
El triste episodio vivido ayer lunes durante el desenlace de la tercera etapa del Giro d’Italia, con resultado de fallecimiento del ciclista belga de 26 años del equipo Pro-tour luxemburgués Team Leopard-Trek, Wouter Weylandt eclipsaba por completo la flamante victoria del veterano ciclista maño del Androni, Ángel Vicioso, hasta el punto de hacer primar la noticia del accidente mortal por encima de la victoria de Vicioso.
Puede que Ustedes discrepen de éste planteamiento, y coincidan conmigo en que, dada la condición patriótica del triunfo en la Corsa Rosa, primara, pues, aunque sin desmerecer un ápice la atención y cobertura informativa de tan desafortunado suceso. Hasta tal punto ha sido así, que solo unos pocos medios especializados han reparado en que, Mathias Van Mechelen (Donckers Koffie) está en coma inducido como consecuencia de una fractura del cráneo, aunque su estado es estable y su vida no corre peligro. El ciclista belga, de 23 años, sufrió una caída el pasado domingo en Kapellen-Glabbeek.
En principio, su estado no revestía gravedad, y así fue ingresado con una fractura de clavícula, pero después le descubrieron una rotura del cráneo. Los médicos decidieron inducirlo al coma artificial. Su condición es estable. El equipo médico resolverá en los próximos días cuando sacar a Van Mechelen del coma, ojalá que con resultado satisfactorio.
Es inevitable que cuando suceden tristes sucesos como el que le costó la vida a Wouter Weylandt, se recurra a antecedentes similares que hacen mención a unos cuantos ciclistas españoles, tristemente desparecidos, dentro y fuera de la competición, pero durante el ejercicio de su labor profesional, el ciclismo profesional. Pero no solo los ciclistas profesionales están expuestos a los peligros de la carretera. Con y sin tráfico, ciclistas, ciclo deportistas y ciclo usuarios se exponen durante su práctica a accidentes que pudieran tener resultado fatal. Bien me acordaré de aquel imprudente conductor que atropelló a los hermanos Otxoa en Málaga cuando se entrenaban. Al fallecimiento de uno de ellos se une la discapacidad que le produjo al otro, y que, lógicamente, los apartó bruscamente de su exitosa trayectoria ciclística profesional. Pero cierto es también que cientos de ciclistas anónimos entregan sus vidas mientras hechos disfrutan de la práctica.
No pretendo entrar en la eterna disputa y debate en cuanto a puntuales casos se refiere entorno a sobre quién o quiénes recae la culpabilidad de los hechos. Me consta que los ciclistas, ciclo deportistas y ciclo usuarios de hoy día practican ciclismo debidamente ataviados con su casco, vestimenta adecuada, pilotos reflectantes e iluminación oportuna en caso de escasez de luz natural. Que están debidamente informados de cómo deben circular por la vía pública, y de que existe un creciente interés por parte de las autoridades políticas por proteger debidamente a los ciclo usuarios con la disposición de carriles-bici, de tramos de carretera cerrados o limitados para los vehículos a motor, de debida señalización de viales públicos compartidos entre conductores de vehículos a motor, ciclo usuarios y peatones. Pero, aún así, hay que seguir esforzándose entre todos porque el ciclo usuario goce de unas garantías máximas de seguridad. Que nadie crea que con o sin casco los resultados que derivan de un accidente son inevitables, como es la fatalidad que en el caso de Weylandt se hizo manifiesta.
El fallecimiento de Weylandt también ha traído consigo el debate entorno a la idioneidad de reducir el número de integrantes de los equipos participantes en pruebas competitivas de cualquier nivel, de modo que exista un mayor índice de garantía de seguridad para sus participantes cuando de afrontar trazados complicados se trata. En la competición de más alto nivel y exigencia profesional como es el Giro d’Italia, es complicado tratar de limar riesgos, porque se compite al máximo nivel, se lucha por una victoria que puede suponer mucho para el ciclista y para su equipo, sobre todo cuando se desciende un alto montañoso, o cuando se disputa el triunfo al sprint.
Existen elementos que contribuyen a que la práctica ciclística tenga lugar ante la menor exposición al riesgo posible, con el cierre al tráfico de los recorridos por donde transita el pelotón, debidamente señalizados, con la adecuación de los temidos ‘quitamiedos’, que tantas vidas han sesgado. Pero, todavía existen competiciones en que hay tramos abiertos al tráfico, por ejemplo, y es entonces y ahí cuando la UCI, tan volcada en la lucha anti-dopaje, debiera mostrarse muy vigilante e implacable en su cometido de velar por la seguridad máxima de los ciclistas. Está claro que el ciclismo es un deporte de riesgo, por cuanto que cualquier impacto brusco puede derivar en consecuencias graves. El riesgo en cualquier actividad física siempre existe, aunque puede minimizarse. Y en el ciclismo esa es todavía una asignatura pendiente tanto por parte de los estamentos federativos como de la Administración pública.