Todos sabían de su teórica superioridad, pero nadie pudo impedirlo. El belga Philippe Gilbert escapó como una exhalación cuesta arriba en el tramo final de la última ascensión al Cauberg sin que hubiera una inmediata respuesta por parte de sus teóricos rivales en la sucesión al podio mundialista. Y eso que estaba cantado que atacaría. Tan solo la Selección italiana trató de desbaratar esa planificación al colocar a los suyos delante, a modo de punta de lanza cuando de enfilar la ascensión al Cauberg se trataba. Al girar a izquierdas casi 180 grados. Los zurros colapsaron los primeros puestos, y a modo de lanzadera, impulsaron a Vicenzo Nibali, que durante unos segundos daba la impresión de abrir hueco y marcharse. De echo, dejó al grupo de cabeza en formación de a uno. Pero ahí estaba Gilbert, con un par de centinelas tratando de no perder comba; de modo que, cuando Gilbert pisó el acelerador pasó por encima de quienes le antecedían.
Tampoco pudo hacer nada Tom Boonem, también escoltado. De echo, hubieron quienes apostaron equivocadamente por él a caballo ganador, y se refugiaron tras de él, como fue el caso de Oscar Freire, al que los recuerdos de la última llegada de la Amstel Gold Race le volvían a situar entre los aspirantes al triunfo. Pero a quien nos preocupaba ver asomar es a Alejandro Valverde. Los movimientos estratégicos puestos en práctica hasta el momento por la Selección española, situaban al murciano como punta de lanza. Y sí, allí estaba, entre las primeras diez unidades de un pelotón desimanado. Cada cual trataba de recomponer la postura, de acelerar para no verse sumido en un caos. Aunque Valverde media y media. A medida que transcurrían los metros, el de Las Lumbreras mejora su posición, hasta verse, una vez ya arriba de la cota, en un tridente perseguidor en el que reinaba la desconfianza.
Mientras tanto, Gilbert se frotaba las manos. No dejaba de pedalear con fuerza, a la vez que se giraba de vez en cuando hacia atrás para medir su ventaja. Y muy cerca estuvieron Hagen, Kolobnev y Valverde de echarle el guante al belga, cuando éste todavía no había cruzado bajo el arco de último kilómetro, pero no hubo entendimiento. Valverde probó incluso a tirar e irse, pero no le dejaron. Casi más bien, el murciano lo que quería era alejar a un grupo perseguidor de unas veinte unidades. Quizás demasiados para jugarse las medallas de plata y bronce al esprint. De modo que, Hagen daba continuidad a Valverde, y ambos, aún con los soplidos en su cogote del resto, escaparon unos metros, ya sobre la misma recta de meta, para asegurarse estar en podio. Y así fue, aunque Valverde tuviera que conformarse con la de bronce. Su segunda de bronce, que suma así a otras dos de plata.
El resto de la Selección española tuvo un comportamiento excepcional, muy lejos del de anteriores citas. Pablo Lastras y Joan Antoni Flecha tuvieron un activo papel entre un grupo de fugados al que más tarde llegó Alberto Contador tras haber protagonizado un demarraje en una de las ascensiones al Cauberg. Tanto Lastras como Flecha trabajaron en firme para Contador, para que las diferencias, aunque escasas, de este grupo de fugados respecto al pelotón les obligara a trabajar y a que la carera discurriera rápida, muy rápida, por encima de los 44 kilómetros por hora de media. Y una vez abortada esta fuga, Contador, Flecha y Samuel Sánchez realizaron una magnífica labor de control en la aproximación a la última y decisiva ascensión al Cauberg.